Sobre cómo nos enfrentamos al coronavirus.

Una vez llegado el virus a nuestras mucosas nasal y faríngea, para poder replicarse y proliferar ha de penetrar al interior de la célula a través de su pared, para lo cual utiliza su capa exterior («la de los picos»), una glucoproteina que actúa de llave, e interacciona con una proteína específica de la membrana de las células faríngeas o del tracto respiratorio. Esta proteína de membrana no existe en la piel o en otros tejidos y por ello no puede penetrar en su interior e infectarlos.

Nuestro sistema inmunitario, ante una agresión vírica, reacciona en 2 fases, una inmediata, la reacción inflamatoria que es inespecífica y que actúa de manera similar a cualquier infección bacteriana, o como si nos hubiésemos clavado una espina o cualquier otro cuerpo extraño. Esta reacción cuando es normal produce inflamación local, dolor y en ocasiones fiebre, solemos estar fastidiados unos días, sanamos y no deja secuelas.

La segunda fase es la más importante en las infecciones virales y es la llamada memoria inmunológica,  que se hace a través de los linfocitos T, que identifican el virus y dan la órden para generar anticuerpos específicos, inmunoglobulinas M y G que se adhieren al virus, bloqueando su capa exterior y por tanto su capacidad de penetrar en nuevas células y ello permite que otras células (los macrófagos) los identifiquen y eliminen.

Mientras existan anticuerpos específicos, cualquier intento del virus para reinfectar está condenado al fracaso. La duración de los anticuerpos es muy variable, puede durar toda la vida, como sucede con las infecciones víricas de la infancia (sarampión, rubeola, varicela, etc.), o un tiempo variable, meses o años, lo que justifica la conveniencia de vacunarse anualmente de la gripe para reforzar esta memoria inmunológica. Por otro lado es frecuente que los virus de la gripe muten, con lo que se pierde la protección total.

En el caso del Covid 19, la respuesta mayoritaria de la población seguirá este mismo patrón, similar a un cuadro gripal común más o menos leve, respuesta inflamatoria normal y posterior inmunización con la producción de anticuerpos específicos. Sin embargo, lo que tiene de singular esta pandemia y de ahí su alta letalidad, es que provoca en el sistema inmunitario de algunas personas, más a menudo en los mayores de edad, una primera fase de reacción inflamatoria explosiva, con unos niveles en sangre de citoquinas proinflamatorias elevadísimo, causante de la neumonía difusa en ambos pulmones con ocupación del espacio aéreo y necesidad en algunos casos de ventilación mecánica y alta mortalidad como estamos viendo diariamente con las estadísticas y especialmente en las residencias de ancianos.

Se puede decir que no es el virus el que mata a la persona, sino la reacción inflamatoria anormal del sistema inmune, y esto ha permitido abrir una brecha terapéutica de esperanza, para intentar frenar la respuesta con algunos fármacos sin resultados positivos hasta el momento. Esta reacción, afortunadamente no se produce en la infancia y la juventud, o es excepcional, por lo que se inmunizarán cuando entren en contacto con el virus, al igual que ante otras infecciones víricas, sin problemas, pero el riesgo es de que puedan ser los transmisores del virus a sus abuelos. Por el momento ignoramos cuánto tiempo permenece activo el virus, con capacidad de contagio en personas asintomáticas o que hayan superado la enfermedad.

Aunque este virus haya venido para quedarse, tampoco sabemos si será estacional y desaparecerá su virulencia cuando suba la temperatura. De todas maneras, al final, una aplastante mayoría de la población reaccionará produciendo suficientes anticuerpos para neutralizarlo y evitar su propagación, en unos casos con un síndrome gripal de mayor o menor intensidad, y en otros sin enterarse (qué suerte) del paso del seísmo.

Qué podemos hacer en la situación actual?… cómo podemos influir en que «no nos coja el toro»?…Es importante saber que el sistema inmunológico se puede modificar en su comportamiento, fortaleciéndolo con medidas como una buena alimentación, acercándonos a la Dieta Mediterránea, aceite de oliva virgen, frutas, verduras, pescados, pan y vino, como alimentos dominantes. Ejercicio físico, cada cual dentro de sus  posibilidades, y  un estado anímico optimista a pesar de las dificultades actuales, utilizando la sonrisa y la alegría como herramientas terapéuticas.

En sentido contrario, el estrés y la depresión, el mal rollo, el dejarse llevar por las informaciones atosigantes con que nos bombardean de manera continua, producen aumento del cortisol y las catecolaminas que deprimen el sistema inmunológico, cuando es más necesario que nunca. Asi que ánimo, esperanza y el convencimiento de que saldremos adelante a pesar de la abundancia de profetas del catastrofismo.

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